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Un grupo de investigadores llevaron a cabo un experimento en un zoológico. Introdujeron a unos cuantos chimpancés en un área restringida. En medio de ésta dispusieron una escalera de varios peldaños. Antes de iniciar el experimento mantuvieron sin comer a los homínidos durante un día. A la mañana siguiente colgaron un plátano de una cuerda la cual quedaba suspendida encima de la escalera. Dejaron la fruta balanceándose a dos metros del extremo superior de la escalera, lo suficientemente como para que por mucho que saltaran, no pudieran cogerla.

En cuanto la luz del día hizo visible el plátano, todos corrieron hacia él y la pugna por llegar al último escalón comenzó. Se iban alternando en la cúspide los más fuertes, pero intento tras intento ninguno conseguía atraparlo. A media mañana el más fuerte consolidó su posición en las alturas. No podía atrapar el plátano, pero era el que se encontraba más cerca; el que tenía más poder. El resto de animales habían conseguido otras posiciones en los escalones restantes. Cada cierto tiempo se producían luchas por escalar peldaños, incluido el último. Todos recibían leña y ninguno era capaz de hincarle el diente a tan rico manjar. Terminó el día, retiraron la escalera y les suministraron comida a todos.

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Esta experiencia se intercaló durante varios días proporcionando a los animales días alternos de comida y hambruna. Tras un determinado número de sesiones quitaron el plátano de las alturas pero mantuvieron la escalera. También reestablecieron la normalidad en el suministro de comida. Los científicos prestaron mucha atención y empezaron a observar el comportamiento de los animales. Curioso!!! Los chimpancés mantuvieron el nuevo hábito adquirido, es decir, si a un congénere se le ocurría trepar por la escalera, los demás corrían para hincharlo a palos.

Trascurrido el tiempo trajeron chimpancés de otros zoológicos y los introdujeron en el recinto. Nada cambió: cada vez que algún novato pisaba la escalera le caía una lluvia de cogotazos. Estos nuevos chimpancés se rascaban la cabeza y no entendían nada; eso sí, adoptaron rápidamente el mismo comportamiento, comenzaron a comportarse igual que sus congéneres. Se había perdido la razón del porqué. Sólo quedaban una costumbre sin sentido: los crueles hábitos de un evento de crisis que se sostuvo en el tiempo. Hábito que iba pasando de unos a otros, de congénere a congénere. Más adelante de padres a hijos, de generación en generación.

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Como todos sabemos, en el principio de nuestra existencia hubo un tiempo en el que disponíamos de comida en abundancia, el clima era favorable, teníamos nuestras necesidades cubiertas. Hace decenas de miles de años tan sólo un puñado de humanos poblábamos la Tierra. Desde entonces, presionados por un número creciente de miembros, con cada vez mayor falta de alimentos, espacio y recursos naturales, nos fuimos internando en un sin número de luchas y crisis. Las nuevas tierras y el clima cada vez menos propicios para nosotros. El anhelo de nuestro bienestar perdido.

Hoy vamos camino de los 10.000 millones de personas, y nuestra casa, la Tierra, es la misma!!!. Es lógico que la palabra trabajo se asocie a estrés y obligación. Queda ya muy lejos, en nuestros orígenes, como un sueño, el esfuerzo que suponía el mero hecho de recoger los frutos que proporcionaba la tierra en un clima óptimo para nuestra especie. Competición, continua lucha y crisis, han dejado una huella en nosotros. Aquellos tiempos del paraíso donde todo era abundancia a nuestro alrededor, ¿pasó para no volver?

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Dejamos que nuestro subconsciente trabaje mientras hablamos un poco de trabajo, esfuerzo y perseverancia.

Trabajo, esfuerzo y perseverancia, el empeño de llevar el trabajo a buen término con esfuerzo y determinación, todos éstos son valores que he visto desde pequeño a mi alrededor. Creo que para cualquiera de nosotros es muy gratificante la sensación que nos queda tras el trabajo bien hecho. A través de las siguientes líneas me gustaría trasladarte, de forma amena, unas simples reflexiones acerca de estos conceptos. Estos párrafos no pretenden nada más que invitarte a reflexionar conmigo sobre tan manidos y a la vez tan complejos, conceptos.

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Nos agrada ver la imagen de un patito o de un cisne sobre las aguas de un lago, con qué facilidad se desplazan. Diríamos que casi sin esfuerzo. Nada más lejos de la realidad: por debajo del agua sus patitas despliegan una enorme actividad.

Ser conscientes de estas paradojas nos ayuda a ser justos en nuestras valoraciones. Que una clínica, empresa, ayuntamiento, un cuartel o hasta una parroquia funcione bien, atienda las peticiones de sus clientes, contribuyentes o feligreses y las resuelva en un tiempo adecuado, que el trato sea humano y que económicamente marchen bien, siempre se debe al buen y gran trabajo de los equipos, de las personas que lo integran (aunque no lo apreciemos, no se vea). Tiene mucho mérito. Sabemos que en ningún caso se trata de algo fortuito. Es fruto del buen y acertado trabajo de una larga cadena de personas donde todos son importantes, como los eslabones de una inmensa cadena, cada uno en su puesto, realizando la función y responsabilidad que ostenta en ese momento, sea cual sea.

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En una ocasión una niña visitó una granja junto a su madre. Observaron que una gallina empollaba en su nido. Hasta ese momento, todos los pollitos salvo uno habían roto el cascarón. La niña, que se había quedado mirando la escena, giró la cabeza y preguntó a su madre si podía ayudar al último pollito a nacer. La madre asintió y ésta, con sumo cuidado, con sus dedos, uno a uno fue quitando los trocitos de cáscara. Finalmente el pollito quedó liberado. Con sumo cuidado colocó a éste al calor de sus hermanos. Aquella noche el pollito murió.

Si hablábamos antes del mérito del trabajo, de que éste esté bien hecho, con este relato vamos un poco más allá. La naturaleza nos muestra una enseñanza: el esfuerzo de nacer constituye una de las partes primordiales del proceso creativo. Las cosas sencillamente no se consiguen sin esfuerzo. El esfuerzo es parte de nuestra naturaleza.

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A un hombre que le apasionaba la pesca. En la región donde vivía sólo había un lago. Era el único sitio donde podía practicar su afición. Dedicó toda su vida a pescar en ese lugar. En ese lago nunca hubo peces.

Y es que sabemos que el trabajo y el esfuerzo no son mera actividad, no sólo consiste en dedicar horas, esforzarse a secas; trabajar no es consumir nuestro tiempo laboral sin más. Sabemos muy bien que consiste en aplicar nuestro esfuerzo eficientemente, productivamente. En el mundo empresarial, en el mundo de las artes y por qué no, en el de la ayuda a los demás, consiste en generar para uno mismo o para la organización para la que trabaja, un resultado, un fruto mayor que las energías y gasto que hemos consumido en ello. Dar más que lo que recibimos.

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Un amigo le dice a otro: «no sabes lo que me ha pasado. Un gato del vecindario me tenía las noches en vela de tanto maullar, así que un día lo agarré, lo metí en el coche, me lo llevé a diez kilómetros de casa y lo solté. Volví a casa, miré por la ventana y ¿sabes qué? Estaba allí, en el mismo sitio, en el tejado maullando!!!» El otro le dice: «pues menos mal que el gato se ha andado listo. Has sido muy cruel con él!» «Calla que ahí no queda la cosa», prosigue el otro, «enganché de nuevo el gato, me lo llevé a treinta kilómetros. Dos días más tarde apareció otra vez en lo alto maullando de nuevo!!!» . «Eso te está muy bien», le dice el otro, «en todo caso, deberías haberlo entregado a un centro de acogida». Prosigue el primero: «Pues te cuento más..., de nuevo lo metí en el coche, recorrimos más de cien kilómetros, subimos montañas, bajamos valles, pasamos lagos,...» El otro lo interrumpe: «O sea, te deshiciste de él….!!». «Qué va….», dice el otro, «que si no es por el gato no vuelvo!!!»

¿cuál es uno de los grandes aliados del trabajo y el esfuerzo? La perseverancia. Los agricultores lo saben bien: labran, siembran, abonan, podan, perseveran. Echan el resto en el último riego porque saben que ahí, posiblemente, se jueguen todo el trabajo anterior. Esta analogía del gato me ayuda a perseverar cuando estoy embarcado en cualquier trabajo; me acuerdo del gato!

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Los libros de Harry Potter y la Piedra Filosofal de la escritora Joanne Rowling, fueron rechazados por más de diez casas editoriales. Sin embargo ella no se dio por vencida. Tras cada obstáculo, se levantó y emprendió su marcha de nuevo, perseveró y perseveró sorteando más y más obstáculos hasta que encontró una casa pequeña que los publicó. Hoy todos sabemos a cuántos idiomas se ha traducido y lo felices que ha hecho a millones de niños en todo el mundo.

La perseverancia. Ésta es la virtud que cultivándola hace más probable en cada intento que nuestro trabajo y esfuerzo termine dando sus frutos, que no sea en balde.

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Una chica se disponía a tomar unas vacaciones. Tenía un pastor alemán en casa y no sabía qué hacer, así que decide encargar a un amigo que cuidara de él. A su vuelta se encuentra con una desgracia: el animal había muerto tras una breve enfermedad. Muy enfadada se dirige a su amigo en estos términos: «Qué poca empatía. Deberías haberme avisado: un wassap, un SMS, algo»

Al verano siguiente llega de nuevo el periodo de vacaciones. Meses antes había adoptado un pequeño gatito, así que vuelve a dejar su mascota en manos del amigo. No había trascurrido ni una semana cuando recibe un SMS que decía " a tu gato lo ha atropellado un coche y ha muerto. Lo siento". A su vuelta, la chica muy enfurecida se vuelve a dirigir a él con duras palabras: «qué poco tacto tienes. Podrías habérmelo comunicado con un poco más de delicadeza. No sé, podías haberme enviado varios mensajes para hacerme a la idea. Por ejemplo, el primero habría dicho algo así: tu gatito se ha subido a un almendro. Al día siguiente: tu gato se ha caído del árbol y está grave. Finalmente el tercero podría haber sido: tu gato no ha superado la situación y ha muerto, lo siento». Al amigo no le queda más remedio que tomar nota y disculparse de nuevo por su falta de acierto.

Un año más tarde la chica se vuelve a ir de vacaciones y a los pocos días recibe un wassap que decía: «tu abuela se ha subido a un olivo».

Aunque no atinemos a la primera ni a la segunda, perseveremos. Dice un proverbio chino: «Si te caes siete veces, levántate ocho»

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Así que somos conscientes que el trabajo, el esfuerzo y la perseverancia, entre otros valores, son el medio para intentar alcanzar el bienestar que cada uno anhelamos para nosotros y nuestras familias. A muy largo plazo, son motores que aspiran a conseguir el bienestar y la abundancia que un día tuvimos (aunque la vida de hoy o del mañana no se parezca en nada a la que tuvimos en nuestros orígenes). Para ello, la innovación, el descubrimiento y la invención necesitan más que nunca de nuestro trabajo, esfuerzo y perseverancia. Lo veíamos en el relato de la niña y el pollito: sin esfuerzo no hay creación. En este acto transformamos el mundo, lo hacemos tecnológico y se nos presentan oportunidades de sacar a luz nuestras virtudes, capacidades y habilidades.

Está claro que en países desarrollados, si miramos unos cientos de años atrás, vemos que cada día estamos más cerca de la abundancia, seguimos reduciendo los costes de los alimentos y de los bienes, mejorando, todo ello con la meta de que algún día la facilidad de acceso a éstos sea tan sencillo que dispongamos de tiempo para dar rienda suelta a nuestras capacidades imaginativas, creativas y sobre todo tiempo para darnos a los demás.

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Sin embargo, un apunte más. Todos observamos que progreso y competencia van de la mano. Sin el juego de una enorme competencia entre nosotros, entre organizaciones, entre países, no somos capaces de avanzar. Ésta nos espolea, nos obliga a todos a trabajar, esforzarnos y perseverar bajo altas dosis de presión emocional y de falta de tiempo para todo y para todos.

Quizá el día que seamos capaces de hacerlo sin que para ello necesitemos una competición desmedida, el día que desde pequeños entendamos que la única senda que nos puede llevar a la anhelada felicidad es el trabajo, el esfuerzo y la perseverancia, podremos transmitir toda esta potencia, toda esta energía a la innovación, la invención y a la mejora continua sin dejarnos por el camino el bien más preciado: la felicidad y nuestra paz interior. ¿Seríamos capaces de trabajar, esforzarnos y perseverar sin caer en la trampa de la deshumanización de las organizaciones, de nosotros mismos?

¿No merece la pena trabajar por este sueño?. Mientras vamos haciendo camino ¿por qué no intentar hacer entre todos el viaje lo más placentero posible?

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